Cada piña le da fuerza, cada maderita le da resistencia, la leña espera su turno de ser braza. Se quema cada recuerdo, miro el fuego hipnotizador, parece que me hablara, no puedo sacarle la mirada a cada chispa que sale y planea cayendo suavemente. Yo creo que cada chispa tiene algo, las que salen disparadas a lo alto son las que me dan más tiempo de recordar o recuerdos de mi niñez en el Fortín. Después las más explosivas y traicioneras son los malos recuerdos, hasta el momento que chocan con mi pie dejando de serlo.
Luego viene la limpieza de la parrilla aprovechando el calor, es todo una ciencia, para mi es de izquierda a derecha, sin dejar ninguna rejilla por limpiar, pensar que el papel borra el asado anterior, haciendo saber que se viene uno mejor, siempre el prender el fuego es signo de un mejor asado que el anterior, esa debe ser la tarea. Me sirvo un whisky, no lo se bien, pero me gusta, será que se me hizo tradición, y mirar el fuego haciendo girar los hielos en el vaso no tiene momento igual. Llegó el momento de la estrella, “la carne” o el asado como concepto general, ¿qué significa esto?, bueno es para mi el genérico de tira de asado, colita de cuadril, chorizos, molleja y demás achuras. La carne debe ser tratada como un diamante, cuidada como un auto lujoso, no es por su precio ni por su sabor, es en lo que se va a convertir en unas decenas de minutos. Un poco de sal y limpieza de achuras, sólo queda esperar el momento ideal, muchas veces me distraigo demasiado con el fuego y sus malabares, pero en general el hambre de los comensales se siente como mirada carroñera de halcones en el desierto. Pongo la carne en un orden absurdo que sólo sirve para que quede lindo a la mirada del que no sabe o que le gusta la prolijidad en la parrilla, yo en mi interior se que el corte que cueste más hacerse deberá estar más cerca del calor y lo demás la piloteo como jugando con mi whisky y sus amigos los hielos. Condimento mediante o simplemente pura, la carne reposa acostada impotente ante mi mirada de poder, ese poder que me dio la vida de ser el cazador y no la presa, el poder injusto pero que uno lo disfruta sin detenerse a pensarlo. Vuelvo a mirar el fuego con la diferencia que ahora no sólo me gusta, sino que también ahora huele muy bien, acompaña segundos después el sonido de la madera avisándome que ya está lista para caer sobre el ladrillo. Otro detalle es el rol del asador, está y a la vez no está en las conversaciones, pero participa y hasta tiene tiempo de pensar un poco más lo que va a decir, sea algo gracioso o una participación corta pero inteligente, dependiendo de la conversación obviamente. Luego de participar de una conversación, muevo mis manos como esgrimista peleando contra las brazas, también las domino, las coloco como piezas de un rompecabezas, si, para el que desconoce se puede colocar más o menos cantidad dependiendo de la necesidad de calor del corte, detalle que antes mencioné con menos énfasis.
Me sirvo más whisky, símbolo de que va todo bien, y vuelvo a comentar algo chistoso, a veces creo que alguno se ríe sólo por que necesita de ese néctar jugoso, cual vampiro engañoso esperando la noche, en resumen, se ríen porque el invitado que come asado nunca va a ser él mismo, siempre está a gusto hasta que termina la jornada carnívora.
De repente lo que para los invitados es felicidad, es el término de mi poder, mi pequeño momento de felicidad, entregar el mando al cuchillo y tenedor, al compañero pan y mayonesa. Dejo de ser el asador a ser uno más en la mesa, detalle normal para unos, para mi es el momento de servir la carne.
Aclaración: Nunca esperen el aplauso para el asador.
Buen provecho.
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Hace 7 años